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Cuando la verdad educativa se tuerce: entre el marketing y la fidelidad


Una reflexión sobre lo que ocurre cuando se fuerza el pasado para justificar un presente que ya no es fiel a su origen

Existen momentos en la vida en los que callar sería traicionar la conciencia. Y en el ámbito educativo —especialmente cuando se trata de escuelas que nacieron con identidad católica—, guardar silencio ante ciertas desviaciones supone permitir que la verdad se disuelva lentamente en fórmulas elegantes pero vacías.

Hoy quiero compartir una reflexión que nace del dolor, pero también de la esperanza. No voy a citar nombres reales por respeto a las personas implicadas, pero quien haya seguido de cerca esta historia sabrá reconocer su trasfondo. Lo importante aquí no son las siglas ni los apellidos, sino el valor de la verdad y la necesidad de no dejar que la memoria de los fundadores se convierta en moneda de cambio ideológica.


La escuela que nació del Evangelio

Hace décadas, un maestro profundamente creyente fundó un colegio en una ciudad mediterránea. Su sueño era claro: formar a niños y jóvenes en la verdad, en las virtudes, en la belleza de la vida cristiana. Su vocación era evangelizadora, no solo instructiva. Educaba con los pies en la tierra y el corazón en el cielo.

Esa escuela creció, se ganó el respeto de la comunidad, y se convirtió en un referente de formación seria y humana. Pero como ocurre tantas veces, al faltar los padres fundadores, las herencias materiales y espirituales se separaron. Cuatro de los seis hijos del fundador quedaron fuera del reparto material. Lo aceptaron con dolor, pero con dignidad. Sin embargo, lo que no pudieron aceptar —ni deben— es que se les arrebate también el legado espiritual de quien les educó en la fe.


El nuevo ideario: brillante, atractivo… y vacío de Cristo

Recientemente, el colegio publicó un nuevo ideario institucional, bien redactado, con lenguaje pedagógico de vanguardia. Cinco pilares sustentan ahora la propuesta educativa:

  1. Internacionalidad

  2. Bienestar integral

  3. Valores basados en la inteligencia espiritual y el diálogo interreligioso

  4. Pensamiento crítico y creativo centrado en el autoconocimiento

  5. Amor universal, entendido como cuidado del planeta y de todos los seres vivos

A primera vista, suena actual. Incluso elegante. Pero hay un problema. Un problema muy grave:

No se menciona a Jesucristo. Ni a la fe. Ni a la Iglesia. Ni a la gracia. Ni a la verdad revelada.

Y lo que es aún más preocupante: se afirma que estos cinco pilares fueron definidos por el fundador.

Eso es rotundamente falso.


Cuando el nombre del fundador se convierte en argumento de marketing

No hay ni un solo documento, discurso, entrevista o escrito que respalde que el fundador pensara así. Su vida, su enseñanza y su obra fueron profundamente cristianas, no humanistas en clave global. Decir ahora que él formuló estos pilares es una tergiversación interesada, que utiliza su figura para legitimar un nuevo enfoque ideológico ajeno a su fe y a su visión pedagógica.

Es como si alguien remodelara una catedral barroca en clave minimalista… y luego afirmara que fue obra del arquitecto original.

No es solo una falsedad: es una injusticia contra su memoria.


¿Y qué hace la Iglesia?

El colegio en cuestión mantiene un convenio firmado con la diócesis. Esto implica —al menos en teoría— que su identidad católica está reconocida y acompañada por la Iglesia local. Pero, ¿qué pasa cuando esa identidad se vacía de contenido, aunque se mantenga el nombre?

¿Puede seguir llamándose “católica” una escuela cuyo ideario omite a Cristo?

¿Puede la diócesis seguir respaldando con su firma una propuesta que contradice las orientaciones de la Santa Sede sobre la escuela católica?

¿Dónde está el límite entre actualizar el lenguaje… y traicionar el fundamento?


Cinco propuestas para proteger la verdad

Este caso no es aislado. Está ocurriendo en muchos centros de tradición católica:

idearios que se reformulan, signos religiosos que se esconden, lenguaje neutro que reemplaza al testimonio cristiano.

Ante esto, propongo cinco claves para reaccionar con claridad:

  1. Verificar siempre la fidelidad doctrinal del ideario. No todo lo pedagógicamente atractivo es espiritualmente fiel.

  2. No atribuir al pasado lo que nace en el presente. El nombre del fundador no puede ser usado como coartada.

  3. Defender la verdad con caridad, pero con firmeza. Callar es complicidad.

  4. Pedir a la Iglesia que acompañe, corrija o retire su aval si hace falta.

  5. Recordar que educar sin Cristo es formar para el mundo, no para el Reino.

Conclusión: lo que está en juego no es el nombre, es el alma

No me preocupa el prestigio, ni la estética, ni el marketing de un colegio. Me preocupa su alma. Me preocupa que se forme a cientos de niños en valores “universales” pero se les prive del único Nombre que salva. Me preocupa que se vacíe de contenido cristiano una escuela que nació de la fe y para la fe.

A veces hay que alzar la voz. Con respeto, pero con verdad.

Porque si perdemos la verdad… lo habremos perdido todo.


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