“¿Nos estamos rindiendo como educadores?”
Vivimos en una época donde enseñar se ha convertido en una batalla silenciosa. Muchos docentes sienten que hablan a un auditorio distraído, donde las pantallas han reemplazado las miradas, y los mensajes instantáneos sustituyen al pensamiento profundo.
¿Podemos realmente educar a una generación que ya no mira, no pregunta, no se asombra?
¿Tiene sentido seguir intentando cuando parece que el esfuerzo cae en saco roto?
Hace unos días, leí un artículo titulado “Me cansé… me rindo…” del periodista uruguayo Leonardo Haberkorn. En él, el autor confiesa haber renunciado a dar clases en la Universidad porque se cansó de luchar contra la indiferencia, contra los móviles y la falta de curiosidad. Su testimonio no es un simple desahogo: es el grito de muchos profesores que se sienten agotados ante un alumnado que ya no escucha, que vive pendiente de su pantalla y que ha perdido el interés por comprender el mundo.
Haberkorn cuenta cómo, en una clase sobre Venezuela, solo un estudiante sabía ubicar el país. Y cómo, al preguntar quién era Almagro, Vargas Llosa o qué pasaba en Siria, reinó el silencio.
No un silencio reflexivo, sino vacío.
Y ese vacío, dice, le hizo rendirse.
Pero detrás de ese gesto hay una herida más profunda: la del docente que ama lo que enseña, pero que siente que ya nadie lo ama con él.
El del educador que cree en la cultura, en el pensamiento crítico, en la palabra dicha con pasión, pero que ve cómo sus alumnos viven en un mundo de estímulos breves y de atención fragmentada.
El del maestro que da todo de sí y recibe, a cambio, miradas ausentes y respuestas automáticas.
Sin embargo, rendirse no puede ser el final. Porque si los educadores se cansan, si los padres se cansan, si los orientadores tiran la toalla… ¿quién quedará para encender las mentes dormidas?
Quizá lo que necesitamos no es tanto “más información”, sino más inspiración.
Educar hoy no consiste en transmitir datos, sino en despertar el deseo de saber. Y eso solo lo logra quien enseña con pasión, quien se interesa por el corazón antes que por la pantalla.
La batalla contra la distracción no se gana prohibiendo teléfonos, sino ofreciendo sentido.
El alumno deja de mirar el móvil cuando algo más valioso capta su atención.
Y lo verdaderamente valioso es sentirse mirado, comprendido y desafiado a pensar.
Plan de acción para padres y educadores:
- Eduquemos la atención. Enseñemos a concentrarse, a escuchar, a estar presentes.
- Despertemos la curiosidad. No demos respuestas rápidas; sembramos preguntas que inquietan.
- Hablemos con el corazón. El afecto auténtico sigue siendo el mejor canal de aprendizaje.
- Prediquemos con el ejemplo. Si nosotros vivimos conectados a pantallas, ellos imitarán.
- Creemos comunidad. Educar no es solo tarea de la escuela, sino del hogar y la sociedad entera.
Quizá no podamos cambiar el mundo digital, pero sí podemos formar almas capaces de usarlo con libertad y sabiduría.
Porque mientras haya un educador que siga creyendo en sus alumnos, la rendición nunca será definitiva.
“La educación no es llenar un cubo, sino encender un fuego.”
William Butler Yeats
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