¡Hola a todos! Retomamos hoy nuestra reflexión sobre ese pasaje desafiante del Evangelio de San Lucas (16, 1-13), la parábola del administrador injusto. Como vimos, encierra lecciones profundas sobre cómo gestionamos los bienes y la importancia de la astucia, bien entendida, para nuestra vida espiritual. Pero, ¿qué ocurre cuando esa astucia se desvía y se utiliza para fines egoístas y dañinos, especialmente en el seno de la familia?
Preguntas para pensar:
- ¿Cómo gestiono los bienes materiales que Dios ha puesto en mis manos? ¿Los considero míos o soy consciente de que soy un administrador?
- ¿Soy tan astuto y diligente para asegurar mi futuro eterno como lo son algunas personas para su futuro terrenal?
- En mi día a día, ¿a quién sirvo realmente: a Dios o al dinero? ¿Dónde están mis verdaderas prioridades?
- ¿He sido testigo o protagonista de situaciones en las que la astucia se ha utilizado para obtener ventajas injustas dentro de la familia, rompiendo lazos de confianza y caridad?
Este pasaje nos presenta a un administrador acusado de malversar los bienes de su señor. Ante la inminencia de ser despedido, actúa con astucia para asegurarse un lugar en las casas de los deudores de su amo, modificando sus recibos para deber menos. Lo sorprendente es que el señor de la parábola, aunque injusto en sí mismo, alaba la astucia del administrador.
Aquí es donde Jesús introduce una comparación clave: "los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz". Esto no significa que debamos ser injustos, ¡en absoluto! La enseñanza es que la sagacidad, la previsión y la diligencia que algunos demuestran para los asuntos temporales deberían inspirarnos a ser aún más astutos y diligentes en los asuntos espirituales, en la búsqueda de los bienes eternos.
La parábola culmina con una verdad fundamental: "Ningún criado puede servir a dos señores... No podéis servir a Dios y al dinero". Esta es una elección constante en nuestra vida. Los bienes materiales son necesarios y buenos si se usan correctamente, pero no pueden convertirse en nuestro ídolo. Nuestra lealtad principal debe ser a Dios.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando esta "astucia" de los hijos de este mundo se introduce en las relaciones más sagradas, como la de los hermanos? Aquí contextualizamos una idea crucial: Un hermano no puede, con astucia, enriquecerse injustamente con manipulaciones contables patrimoniales y con un relato de que él es el bueno y el resto de los hermanos los malos.
Esta situación es una perversión de la astucia a la que Jesús se refiere. La parábola nos muestra la energía y previsión que se ponen en fines temporales, una energía que debería ser canalizada hacia fines eternos con rectitud. Pero utilizar esa misma "astucia" para dañar a los propios hermanos, manipular la verdad y obtener ventajas deshonestas va directamente en contra del espíritu evangélico y rompe los lazos de caridad fraterna. Servir a Dios implica actuar con rectitud y amor hacia nuestros hermanos, rechazando cualquier forma de astucia que busque el beneficio propio a costa del daño ajeno, particularmente en el seno de la familia.
Conclusiones:
De este pasaje y de nuestra reflexión podemos extraer tres enseñanzas principales que nos invitan a la reflexión y a la acción, ahora con una mirada más atenta a cómo la astucia puede ser mal empleada:
- Somos administradores, no dueños: Todo lo que tenemos es un don de Dios para ser gestionado responsablemente para Su gloria y el bien de los demás. Esto excluye cualquier manipulación injusta de bienes, especialmente dentro de la familia.
- Astucia para lo eterno, no para el daño fraterno: Debemos aprender de la astucia mundana para aplicarla, con medios lícitos, a nuestra vida espiritual. Ser previsores y diligentes en la búsqueda de la santidad, pero nunca utilizar esa sagacidad para enriquecernos injustamente a costa de nuestros hermanos o para manipular la verdad en las relaciones familiares.
- Elegir a quién servir implica justicia y caridad familiar: La incompatibilidad de servir a Dios y al dinero nos obliga a examinar nuestras prioridades. Si decimos servir a Dios, nuestras acciones deben reflejar justicia, honestidad y caridad, especialmente en el trato con nuestros hermanos, rechazando cualquier relato manipulador que justifique la injusticia.
Para llevar estas enseñanzas de la teoría a la práctica, y proteger nuestras relaciones familiares de la astucia mal empleada, te propongo el siguiente plan de acción:
- Reconoce tu rol de administrador con rectitud: Cada mañana, al iniciar el día, haz un acto de conciencia reconociendo que todo lo que eres y tienes es un regalo de Dios y que hoy te esforzarás por administrarlo bien, según Su voluntad y con total honestidad, especialmente en asuntos patrimoniales o contables que involucren a la familia.
- Desarrolla tu "astucia espiritual" con un enfoque fraterno: Identifica un área de tu vida espiritual en la que podrías ser más diligente. Propone un plan concreto para mejorar, estableciendo metas realistas y un seguimiento, pero siempre con una mirada puesta en el bien espiritual de tus hermanos y en cómo tu crecimiento puede fortalecer los lazos familiares en Cristo.
- Evalúa tus prioridades regularmente con una conciencia familiar: Una vez al mes, tómate un tiempo para reflexionar sobre cómo has estado utilizando tu tiempo, tu dinero y tus talentos. Pregúntate si tus acciones reflejan que Dios es tu máxima prioridad y si has actuado con justicia y caridad en tus relaciones familiares, evitando cualquier tentación de manipulación o enriquecimiento injusto. Ajusta lo que sea necesario.
- Practica la generosidad y la transparencia familiar: Busca oportunidades concretas para compartir tus bienes con quienes lo necesitan, incluyendo a tus propios hermanos si están en necesidad. Fomenta la transparencia en asuntos patrimoniales y contables dentro de la familia, evitando cualquier acción que pueda generar desconfianza o sospecha de manipulación.
Ojalá todos entendamos bien esta propuesta de vida.
Saludos.
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