Enseñar a pensar conlleva educar en libertad: Toda educación auténtica pretende ayudar a formar personas libres, con capacidad para asumir las exigencias que provienen de su escala de valores y conscientes de su responsabilidad de desarrollar al máximo sus posibilidades. Jóvenes con autonomía y capacidad de iniciativa en su vida individual, en sus relaciones sociales y en su vida de trabajo. Mujeres y hombres que sean capaces de decidir su propio proyecto personal de vida, de adherirse libremente a unos valores, que cumplan sus compromisos y aceptan la responsabilidad de sus decisiones.
Educar en libertad supone enseñar a pensar, a desarrollar el propio criterio, con un sano sentido crítico, y ayudar a desarrollar una voluntad fuerte, que permita adquirir confianza en sí mismo y autodominio para hacer lo que se debe hacer, encauzando los sentimientos y afectos.
Padres y profesores han de estar prevenidos contra los reduccionismos que empequeñecen la
educación: el peligro de adoctrinar, en lugar de enseñar; de instruir, en lugar
de educar; de troquelar, en lugar de procurar el libre desarrollo de las potencialidades
del alumno. Educar no es meter a
presión en un molde, sino un proceso que tiene su punto de referencia en la
verdad, que el alumno ha de ir descubriendo por sí mismo, hasta tomar la
decisión de vivir conforme con la verdad hallada.
Educar en la libertad es aconsejar y orientar al
educando, avivar su autonomía de acuerdo con su edad y madurez, sin permitir
que se refugie en la falsa seguridad de una dependencia pasiva; ayudar al
alumno a entender que sólo es libre quien actúa con referencia a la verdad,
aunque a veces cueste.
Por tanto, no se trata de suplantar la voluntad del
alumno señalándole en cada momento lo que debe hacer, sino de situarle frente
a la responsabilidad, invitándole a adoptar sus propias decisiones. Si el padre
o el profesor se limitasen a exigir conductas estereotipadas, a fuerza de
insistir podrían lograr que el alumno acepte una indicación, pero perderían la
ocasión de ayudarle a conocerse, a descubrir y hacer suyos unos criterios de
conducta y a vivirlos con libertad personal.
La convivencia escolar y familiar son ámbitos
privilegiados donde se aprende a asumir responsabilidades, a relacionarse, a
comprender y abrirse a los demás, a comunicarse, aprovechando las ocasiones
ordinarias, sin una reiteración tediosa o una insistencia agobiante.
Como consecuencia del respeto a la libertad y al
legítimo pluralismo, en el ámbito escolar no se deberían admitir acciones políticas partidistas, aunque se
estimule la inquietud por colaborar en la resolución de los problemas sociales.

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