Muchas familias asumen como un valor positivo la
necesidad de promover el esfuerzo escolar en sus hijos, pero mantienen
actitudes y creencias que no lo favorecen. Los profesionales de la educación,
en todos sus ámbitos, estamos comprometidos a transmitir mensajes coherentes
que desarrollen prácticas correctas al respecto.
La perspectiva
que nos ofrece el día a día de nuestro trabajo, como profesionales de la
orientación educativa, nos permite analizar el gran mosaico de modos con que
los padres y madres abordan la educación de sus hijos en general y la promoción
del esfuerzo en particular.
Diferentes estilos educativos, diferentes
maneras de abordar el esfuerzo
Muchos autores han estudiado lo que se ha dado en llamar “estilo educativo”,
entendiendo por éste “el conjunto de ideas, creencias, valores, actitudes y
hábitos de comportamiento que los padres mantienen respecto a la educación de
sus hijos”(Magaz, García, 1999).
Así, dependiendo de ese conjunto de ideas y
creencias que cada uno de los miembros de la pareja aporta y que ha sido
conformado, tanto por los respectivos modelos paternos y sus reacciones frente
a ellos, como por las propias vivencias (todo ello debidamente condimentado por
los medios de comunicación y la ”seudopsicología” al uso), nos encontramos con
familias que, frente a la promoción del esfuerzo de sus hijos, muestran
patrones tales como los que se muestran en el cuadro 1.
Evidentemente, las familias que mantienen estos
patrones consideran que son los más adecuados para conseguir el bienestar de
sus hijos.
No perdamos de vista que nos estamos refiriendo a familias
que reconocen el valor del esfuerzo escolar y se preocupan por la formación
académica de sus hijos y no a familias especialmente problemáticas o entornos
que precisan un enfoque diferente.
Cuadro
1. Patrones de conducta
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·
No querer traumatizar a los niños obligándoles a esforzarse. Creen
que “bastante se han esforzado y se esfuerzan ya ellos”
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·
Incoherencia al obligar a sus hijos a esforzarse en determinados
ámbitos, generalmente el académico, y no mostrar la misma firmeza ante otras
cuestiones como pueden ser asumir responsabilidades en cuanto a hábitos de
autocuidado, compartir tareas de la casa, prescindir de algún beneficio de
los demás…, convirtiéndose en “asistentes” de sus hijos y colaboran con la
ingenua creencia de que si les liberan de estas tareas van atener más
energías y tiempo para estudiar.
|
·
Transmitirles un doble mensaje contradictorio: uno de modo explícito
que consiste en insistir en el valor del esfuerzo para alcanzar y mantener
metas de tipo material o de estatus social y otro implícito por la realidad
percibida por el niño de unos padres insatisfechos por una vida
extremadamente competitiva, falta de tiempo, estrés, etc. que hace
preguntarse a los hijos si merece la pena esforzarse para alcanzar ese
resultado.
|
·
Creer que es mejor no intervenir directamente en la educación de sus
hijos “que la vida ya les enseñará lo que deben hacer y lo que cuesta ganarse
las cosas” o bien “que la naturaleza ya se encargará de hacer si trabajo e
irlos madurando”.
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·
Pensar que la motivación implica entretenimiento y que básicamente ha
de venir de la escuela. ”Mi hijo no aprende porque la
escuela, los profesores o el método empleado no son atractivos para
él”
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·
Obstinarse en que sus hijos se esfuercen por alcanzar metas adecuadas
desde el punto de vista paterno, sin tener en cuenta las capacidades,
motivaciones o intereses del niño.
|
·
Fijar la atención solamente en los comportamientos inadecuados y en
las equivocaciones, potenciando, así, la inseguridad y la apatía.
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·
Fomentar diferencias entre los roles de género, reforzando la
elección de caminos distintos en función del sexo.
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¿Podemos los profesionales de la educación
influir en el proceder de las familias?
En numerosas ocasiones hemos escuchado a compañeros
quejarse de la escasa o nula capacidad de influencia que tenemos sobre las
familias y sus maneras de educar a los niños, y que todo intento es en vano.
Por supuesto, alguna vez es así, pero no en la mayoría de los casos.
No debemos olvidar que para muchas madres y padres
somos una referencia autorizada en la tarea educativa, por lo que si actuamos
desde la comprensión y la ayuda y no desde la culpabilización de lo que hacen
mal, podremos ofrecerles una serie de pautas esclarecedoras que les permitirán,
cuando menos, reflexionar y cuestionarse determinados aspectos sobre la
educación y, en concreto, sobre la necesidad de promocionar la capacidad de
esfuerzo, porque, como dice Fernando Savater (1999), “el neófito comienza a
estudiar en cierta medida a la fuerza ¿por qué?; porque se le pide un esfuerzo
y los niños no se esfuerzan voluntariamente más que en lo que les divierte. La
recompensa que corona es aprendizaje es diferida y, además, el niño sólo la
conoce de oído, sin comprender muy bien de qué se trata”, por lo que será
básico irles rodeando de una cultura de trabajo que les permita ir entendiendo
la necesidad de trascender el entretenimiento y encontrar recompensas
relacionadas con las satisfacción de las cosas bien hechas.
Pero ¿es sólo cuestión de las familias y la
escuela?
La sociedad del bienestar y el consumo nos está
vendiendo la idea contraria a la necesidad de esfuerzo. Parece que la comodidad
y el confort se pueden alcanzar sin trabajo e incluso que estén reñidos con él.
Esta idea supone un coste que está afectando a todos los colectivos y en
especial a nuestros niños y jóvenes.
Vemos que, cada vez en mayor medida, los niños
presentan una incapacidad alarmante para soportar esfuerzos. Incapacidad que
acarrea unas consecuencias nefastas, como son los sentimientos de impotencia y
conformismo, al generar la creencia de que nada se puede cambiar; la no
valoración de las cosas y, consecuentemente, la incapacidad de disfrutar de
ellas generando anhedonia y falta de entusiasmo. Todos estos factores pueden
desembocar en conductas de riesgo tales como el consumo de sustancias asociadas
a la obtención de un placer fácil o bien para poder soportar el esfuerzo que
supone la realización de determinadas actividades: ir de marcha sin cansarse,
comer sin engordar. incluso acaban de sacarla "pastilla del vago" que
supuestamente, permite sustituir la falta de voluntad.
Por supuesto, todo esto no se arregla con una ley,
pero bienvenida sea si sirve para sacar a la palestra la necesidad de
reflexionar sobre ello, sin caer en el error de situar en el esfuerzo la única
llave maestra que va a mejorar, por si misma, el rendimiento de los alumnos,
liberando a la sociedad y a las administraciones educativas de sus
responsabilidades. Creemos que, además, esta ley debe ir acompañada de otras
medidas, como las sugeridas por Alvaro Marchesi (2000) de “adoptar el
compromiso de aceptar una perspectiva educativa en la mayor parte de las
decisión que se tomen, algo así como un estudio sobre el impacto educativo de
todos los programas que las distintas administraciones y organismos proyecten e
impulsen: diseño de nuevos barrios, medios de comunicación audiovisual, centros
de ocio, centros de salud, actividades culturales”.
Algunas ideas teóricas
No es posible entender el desarrollo de la capacidad
de esfuerzo sin una voluntad debidamente entrenada y sin una motivación
suficientemente generada.
Podemos reflexionar y preguntarnos qué podemos hacer
los profesionales de la educación para colaborar con las familias en la
promoción del esfuerzo escolar de sus hijos.
Una primera idea nos lleva a plantear la necesidad
de mantener una comunicación estrecha con las familias que nos permita:
·
Reconocer ante qué estilo educativo nos
encontramos. qué ideas, creencias y valores subyacen en el modo de acometer la
educación de sus hijos.
·
Transmitir concepciones básicas que permitan
favorecer la promoción del esfuerzo. Concepciones que deberán ser asumidas por
los diferentes entornos que influyen en la educación de los niños, con el fin
de mantener la mayor coherencia posible.
Desde nuestro punto de
vista, son dos los conceptos claves para la promoción del esfuerzo: voluntad y
motivación.
La voluntad es
susceptible de entrenamiento a través de la creación de hábitos firmes desde
las primeras etapas de la vida del niño, a través del orden y la constancia,
única forma de automatizar los comportamientos para, de esta manera, disminuir
la sensación de esfuerzo. Por ejemplo, un niño acostumbrado desde pequeño a
recoger sus juguetes al terminar de jugar o a apagar la televisión cuando
concluye el tiempo previsto, realizará estas tareas de forma automática
suponiéndole un escaso esfuerzo.
Será de la motivación de
donde surja la disposición para el esfuerzo. Detrás de cada actividad que
realizamos siempre hay una motivación que actúa como el motor que nos va a
permitir realizar el esfuerzo necesario para alcanzar cualquier meta. Luego es
básico, conocer, aplicar y generar las motivaciones que impulsan al niño, para
lo que se deberá conocer y escuchar a los hijos, entrenándoles en la capacidad
de motivarse a sí mismos.
Cuando son pequeños, las
motivaciones vendrán dadas por las recompensas externas, la valoración social y
la atracción de la actividad asociada al juego. Paulatinamente se les irá
enseñando a desarrollar motivaciones relacionadas con la experiencia del
orgullo que sigue al éxito conseguido y al placer que conlleva la realización
de la tarea en sí misma. Es decir, deberán aprender que “estudiar es costoso,
pero saber es fantástico. Esforzarse por hacer feliz a una persona a la que se
quiere puede ser pesado, pero si se consigue el resultado es magnífico”
(Marina, Preciado, 2002).
Este “menú” de voluntad y
motivación necesita estar “regado” por una gran dosis de alegría, ilusión,
cariño y ejemplo.
Algunas propuestas prácticas
Enumeramos una serie de estrategias que pueden ser
ofrecidas a las familias de forma que les permitan “inocular”, a modo de vacuna
diaria, la capacidad de soportar esfuerzos y la voluntad necesaria para ello,
aprovechando las ocasiones que brinda la vida familiar (cuadro 2).
Podríamos seguir enumerando ejemplos concretos o más
dirigidos a promover el esfuerzo escolar, pero, desde nuestra perspectiva,
consideramos que lo fundamental estriba en llegar a transmitir a las familias
que la capacidad de esfuerzo no viene de nacimiento; que precisa de un
entrenamiento basado en la creación de hábitos firmes, a través del orden y la
constancia desde los primeros momento de la vida del niño; que es necesario
promover en sus hijos motivos suficientes que les hagan sentir que merece la
pena el esfuerzo realizado.
Todo ello, con una gran dosis de alegría e ilusión
que permita hacer frente a los sinsabores que, sin duda, se van a presentar.
Referencias bibliográficas
MAGAZ, A.; GARCÍA, E. (1999)
Perfil de estilos educativos. Madrid.
Grupo Albor.
SAVATER,F. (1999) El valor de educar. Barcelona. Ariel.
MARCHESI, A. (2000) Controversias en la educación española.
Madrid. Alianza editorial.
MARINA, J. A.; PRECIADO, N.
(2002) Hablemos de la vida. Madrid.
Temas de Hoy.
GALLEGO CODES, J. (1997) Las estrategias cognitivas en el aula:
programas de intervención psicopedagógica. Capítulo VI. Programa de
Intervención Psicopedagógica para el desarrollo de la voluntad. Madrid. Escuela
Española.
HUGUET, T. (2001) “El papel
de la familia en la motivación escolar del alumnado”, en Aula de Innovación Educativa, n. 101, pp. 18-20.
ESCAÑO, J.; GIL DE LA SERNA,
M. (2000) “¿Favorecemos que nuestros hijos estén motivados por el trabajo del
colegio? Cuestionario para padres y madres”. Aula de Innovación Educativa, n.95, pp. 6-8; y en http://www.geocities.com/motivaciónescolar/
Cuadro
2. Estrategias que desarrollan la voluntad
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·
Evitar adjudicarse el papel de ”esclavo” de los hijos. Para ello
seles ha de enseñar, ya desde la cuna, a ir asumiendo sus responsabilidades.
Responsabilidades que van desde coger el biberón con sus propias manos, hasta
gestionar sus matrículas pasando por llevar su cartera.
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Ayudarles a ser autosuficientes. Al principio, con la ayuda y
orientación de los adultos, de la misma manera que les prestamos nuestros
brazos y manos para que aprendan a andar hasta que son capaces de hacerlo por
si mismos.
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·
Enseñarles a calibrar adecuadamente el coste de las demandas que
conlleva la sociedad de consumo y a ser críticos con las necesidades que
genera.
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·
Aprovechar cualquier momento para destacar explícitamente el esfuerzo
que hay detrás de los logros. Por ejemplo, ante el triunfo de un deportista
famoso, resaltar las horas de entrenamiento y dedicación necesarias.
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·
Inculcarles a los niños que no todo es de usar y tirar. Que cuando un
juguete se rompe no se sustituye por otro, siempre se puede arreglar y
aprovechar.
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Acostumbrarles a que adquieran compromisos y exigirles su
cumplimiento, enseñándoles previamente a establecerse metas realistas. Por
ejemplo, si el niño dice “voy a estudiar 5 horas todos los días”
concienciarle de la dificultad de cumplirlo, haciendo que se comprometa a un
tiempo de estudio apropiado a su edad y exigir su cumplimiento. O que no se
puede apuntarse hoy a pintura y mañana a judo porque ya no le gusta o le
cuesta trabajo.
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·
Enseñarles, a través del modelo de nuestro comportamiento, a superar
con humor las situaciones frustrantes.
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Entrenarles para poder tomar sus propias decisiones. Con los más
pequeños darles opciones sencillas ¿Vamos al cine o al parque? que
progresivamente se irán haciendo más complejas. En cualquier caso, enseñarles
a asumir las consecuencias que se derivan de sus decisiones.
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·
Promover su generosidad procurando que compartan, regalen y
participen en actos solidarios.
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·
Ayudarles a controlar sus impulsos para que sean capaces de demorar
las gratificaciones y tolerar la frustración, para ello proponemos:
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- No ceder enseguida a sus caprichos.
Demorar la satisfacción de sus deseos.
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- Anticiparles los momentos gratificantes.
“Mañana iremos al Parque de Atracciones”, ”Este verano pasaremos las
vacaciones en la playa y vamos a hacer…”
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- Hablar con ellos sobre el futuro y favorecer
que se trancen algún pequeño proyecto a medio-largo plazo: comprarse algún
capricho con su paga, invitar a sus amigos…
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- Favorecer la realización de colecciones o
cualquier afición que suponga esfuerzo y perseverancia.
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- Dosificar los regalos, asociarlos a algún
mérito propio.
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- No permitir que dejen las cosas sin
acabar. Si comienzan un juego o una tarea, deben acabarla antes de pasar a
otra.
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- Mostrarse pacientes y constantes con
ellos. La paciencia es el soporte esencial de la voluntad, si no somos
capaces detenerla nosotros, mal se la vamos a enseñar.
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