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D. Juan Fuster Zaragoza: su mejor legado, el amor a la familia

Un Legado Imborrable: La Obra de mi Padre, Don Juan Fuster Zaragoza

Crecí a la sombra de un gigante. No hablo de una figura imponente en estatura, sino de un hombre cuya grandeza residía en su inagotable vocación y su férrea voluntad de transformar el mundo a través de la educación. Ese hombre era mi padre, Don Juan Fuster Zaragoza.

Como hijo primogénito, tuve el privilegio de ser testigo de primera mano de la gestación y el desarrollo de su gran obra: el Colegio Lope de Vega. Recuerdo con nitidez los años iniciales, cuando todo comenzó con una pequeña academia en la calle Ricardo. Allí, entre libros y pupitres, mi padre sembró la semilla de lo que luego se convertiría en un referente educativo no solo para Benidorm, sino para toda la región.

Fui testigo de su incansable dedicación, de las largas horas de trabajo, de su preocupación constante por ofrecer una "educación integral" a los jóvenes. No se trataba solo de impartir conocimientos, sino de formar personas íntegras, capaces de pensar por sí mismas y de contribuir positivamente a la sociedad.

Más allá de los logros académicos y los reconocimientos públicos, lo que realmente marcó mi infancia fue la pasión que mi padre sentía por su trabajo. La educación no era para él una simple profesión, sino una misión, un compromiso vital. Recuerdo cómo se involucraba personalmente con cada alumno, cómo se preocupaba por sus inquietudes y dificultades, cómo se esforzaba por sacar lo mejor de cada uno.

Su visión iba mucho más allá de las aulas. Él creía firmemente en la importancia de la formación integral, que abarcaba no solo el desarrollo intelectual, sino también el físico, el emocional, el social y espiritual. Por eso, impulsó la creación de una capellanía, actividades extraescolares, como campeonatos deportivos, cursos de primeros auxilios y actividades culturales, que complementaban la formación académica y enriquecían la vida de los alumnos.

El Colegio Lope de Vega se convirtió en un centro de irradiación cultural y pedagógica, no solo a nivel local, sino también nacional e internacional. Mi padre fue un visionario que supo anticiparse a las necesidades del futuro y que trabajó incansablemente para ofrecer una educación de calidad, adaptada a los nuevos tiempos.

Su liderazgo no se limitaba a la gestión del colegio. Él era un líder nato, capaz de inspirar y motivar a su equipo, de crear un ambiente de trabajo positivo y colaborativo. Su carisma y su entusiasmo contagiaban a todos los que trabajaban con él.

A pesar de sus múltiples responsabilidades, mi padre siempre encontró tiempo para su familia. Recuerdo las cenas en familia, las conversaciones sobre la actualidad, los paseos por las instalaciones del colegio. Él nos transmitió valores fundamentales, como el respeto, la honestidad, el esfuerzo,la solidaridad y la fe en Dios con actitudes de coherencia.

También nos enseñó la importancia de la perseverancia, de no rendirse ante las dificultades. Él mismo fue un ejemplo de ello. A pesar de los obstáculos y los desafíos, nunca perdió la ilusión ni la determinación de seguir adelante con su proyecto.

Su legado es imborrable. El Colegio Lope de Vega sigue siendo un referente educativo, y su espíritu continúa vivo en cada uno de los que formamos parte de su familia.

Sin embargo, la historia de nuestra familia también ha estado marcada por la sombra de la traición. Un hijo, cegado por la envidia y el egoísmo, urdió un plan de mentiras y manipulaciones que condujo a la desunión familiar. El ejercicio del poder totalitario y los despidos humillantes fracturaron los lazos que nos unían. Se construyó un relato de empresa familiar ejemplar, pero tras la fachada se ocultaba un lado oscuro, donde la crueldad se convirtió en la palanca del marketing. Se presentó al cruel como el salvador, el iluminado, el único valedor de la obra material de mi padre.

Esta desgracia es una realidad que debemos aceptar, aunque el dolor persista. No podemos permitir que el resentimiento nos consuma. Debemos recordar las enseñanzas de mi padre, su amor por la familia y su deseo de unidad. Su verdadera obra maestra no fue solo el colegio, sino el esfuerzo por construir una familia unida, basada en el amor y el respeto mutuo. Ese es el legado que debemos honrar, a pesar de las heridas.


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