Diez años de entrega… sin un adiós



Diez años de entrega… sin un adiós

Un caso para reflexionar desde la dirección educativa y la Doctrina Social de la Iglesia

1. Descripción del caso

Durante diez años, un director lideró un colegio de educación inclusiva con serias dificultades pedagógicas, estructurales y de convivencia. A su llegada, el centro presentaba un panorama marcado por la desmotivación docente, bajos resultados académicos y conflictos frecuentes entre alumnos. Frente a este reto, el director asumió su misión con absoluta entrega, convirtiéndose en el motor de un cambio pedagógico y humano que, con el paso de los años, mejoró significativamente el rendimiento académico, el clima escolar y la percepción del centro en su entorno.

Sin embargo, en el último curso, fue víctima de una campaña de difamación injusta que minó su reputación y afectó seriamente su salud emocional, lo que le llevó a una baja médica. Durante ese periodo, ningún órgano institucional ni autoridad titular expresó públicamente su apoyo o protección. No se investigaron los hechos ni se facilitó un espacio para la verdad y la reparación.

Finalizada su baja, y sin haber sido objeto de expediente ni incurrido en falta alguna, el presidente de la entidad titular decidió que no debía volver al colegio. Le fue impedido incluso despedirse personalmente del claustro, del alumnado y de las familias. No recibió palabra de agradecimiento ni gesto institucional de reconocimiento.

Como único gesto de cierre, se le remitió una carta fría, distante, sin firma manuscrita, con palabras huecas y genéricas, claramente redactada para cumplir un mero expediente formal y en el asunto decía: “A modo de despedida” . Una despedida robótica, sin alma, sin humanidad, que contrastaba dolorosamente con los diez años de compromiso y entrega personal al proyecto educativo.

Y, como si fuera poco, ante la pregunta de por qué no se defendió su dignidad en el momento en que más lo necesitaba, el presidente afirmó:

“No se hizo por su bien”.




2. Preguntas para el análisis (metodología del caso)

  • ¿Qué implicaciones humanas y profesionales tiene una desvinculación sin despedida para un directivo educativo?

  • ¿Cómo debe actuar una institución ante una campaña de difamación injusta contra uno de sus miembros?

  • ¿Qué canales existen o deberían existir para garantizar una defensa institucional ante ataques a la reputación de sus líderes?

  • ¿Qué efectos tiene esta forma de proceder en la cultura organizativa y en el testimonio educativo que se da a alumnos y familias?

  • ¿Qué responsabilidad tiene el presidente de la institución titular al no facilitar un cierre respetuoso y justo de etapa?




3. A la luz de la Doctrina Social de la Iglesia

¿Es aceptable callar ante la injusticia “por el bien” del afectado?

La afirmación de que no defender públicamente la dignidad de una persona injustamente atacada se hace “por su bien” no resiste análisis moral ni teológico alguno. Desde la Doctrina Social de la Iglesia, tal justificación representa una contradicción grave con los principios de justicia, verdad y caridad que deben inspirar toda comunidad educativa católica.

1. La dignidad humana exige defensa activa

“La persona humana es el fundamento y el fin del orden social” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 132).

La dignidad no se protege con silencios tácticos. Ante el agravio público, el bien de la persona requiere una defensa pública. Dejar que prospere la calumnia sin corregirla es una forma de complicidad pasiva.

2. La justicia es inseparable del amor

“Incluso en la sociedad más justa, siempre habrá necesidad de amor” (Caritas in veritate, n. 6).

Una justicia que no repara, que no defiende al inocente, no es justa. Y un amor que no se traduce en actos concretos de protección se vuelve retórico.

3. El principio de subsidiariedad exige no abandonar

La autoridad educativa debe ser cauce de protección y acompañamiento, no de aislamiento. El Compendio de la DSI (n. 188) insiste en que las instituciones superiores no deben reemplazar ni ignorar a quienes están más directamente implicados en los problemas, sino sostenerles. No acompañar en el momento de la humillación es dejar solo al herido en el camino.

4. El escándalo del silencio institucional

“El silencio, cuando clama la verdad, se convierte en forma de mentira” (San Juan Pablo II).

El testimonio educativo se transmite también en cómo se actúa ante la injusticia. No defender a un líder difamado socava la autoridad moral de toda la institución.




4. Posibles soluciones o vías de mejora institucional

  • Protocolo de actuación ante campañas difamatorias: Toda institución educativa debería contar con un protocolo claro de apoyo, evaluación objetiva y comunicación ante situaciones que afecten a la dignidad y reputación de un miembro del equipo.

  • Comisiones internas de justicia y cuidado institucional: Crear órganos que velen por procesos justos, que escuchen ambas partes y garanticen que las decisiones se ajusten a criterios de verdad, proporcionalidad y respeto a la trayectoria.

  • Cultura del reconocimiento: Establecer la práctica institucional de agradecer y despedir a quienes terminan etapa, especialmente cuando han dedicado años de su vida con entrega a una misión educativa.

  • Formación ética para equipos titulares y directivos: Asegurar que los responsables de las decisiones institucionales estén formados no solo en gestión, sino en liderazgo humano, justicia organizativa y reconciliación.




5. Conclusión y plan de acción

Este caso interpela profundamente a quienes ejercen la responsabilidad de liderar instituciones educativas. La educación no solo se transmite en el aula; también se comunica en los gestos, en las transiciones, en la forma de cuidar a quienes han dado lo mejor de sí. Un colegio que despide con silencio a quien durante años fue su referente, corre el riesgo de enviar un mensaje contradictorio a sus alumnos sobre la dignidad, la gratitud y la justicia.

Revisar y mejorar los protocolos institucionales ante situaciones de crisis personales o reputacionales no es solo una cuestión de eficiencia, sino de coherencia evangélica, de humanidad y de profesionalidad.

Porque el auténtico bien de una persona pasa por la verdad, la justicia y la comunión.

Todo lo demás… es silencio que hiere.


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