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Educar desde el amor que comprende y se entrega




Educar desde el amor que comprende y se entrega

Vivimos tiempos en los que la prisa, la eficiencia y la normativa parecen haber conquistado el mundo de la educación. Hay manuales, protocolos, normativas, rúbricas, instrucciones… Y, sin embargo, sigue habiendo niños tristes, adolescentes rotos y adultos agotados. ¿No será que, entre tanto hacer, se nos ha olvidado el amar?

Todo lo que pensemos y hagamos —en casa, en la escuela, en nuestras decisiones como educadores— debería tener una sola raíz: el amor verdadero, profundo, desinteresado, capaz de mirar al otro con misericordia.

Amor en el centro, no la norma

No podemos permitir que lo normativo se imponga sobre las personas. Las reglas son necesarias, sí, pero deben estar al servicio del bien del otro, no convertirse en cadenas que impidan respirar. La rigidez muchas veces asfixia, ciega y nos vuelve sordos a lo esencial. Hay demasiadas normas que no dejan margen a la serenidad, al diálogo tranquilo, a la parsimonia sabia que permite ver con claridad lo que el otro necesita.

La clave está en una frase tan breve como revolucionaria: “Ama y haz lo que quieras”, nos enseñó San Agustín. Porque quien ama de verdad, no hace daño. Quien ama, busca el bien del otro, aunque eso le cueste. Quien ama no manipula, no se impone, no etiqueta. Hace lo que quiere… porque quiere el bien.

Misericordia: ver y sentir la herida del otro

El amor cristiano no es ingenuo ni superficial. Es misericordioso. Proviene de mirar al otro y decir con verdad: “Tu miseria me duele, me afecta, me importa”. La misericordia nos aleja de juicios rápidos, de castigos automáticos, de respuestas estándar. Nos invita a mirar a los ojos y preguntar: “¿Qué te pasa? ¿Qué necesitas?”

Esto implica implicarse. Amar es desgastarse, entregarse sin cálculo, sin exigir un retorno inmediato. Es acompañar incluso cuando el camino se hace cuesta arriba. Es confiar cuando los demás ya han sentenciado. Es corregir sin humillar, es sostener sin imponer.

En la escuela, amar es nuestra mayor vocación

En la escuela católica, el amor no es un añadido romántico: es la raíz de todo. Amar al alumno en su proceso. Amar al compañero en sus luchas. Amar al padre de familia incluso cuando está herido y nos hiere. Amar al que cuesta. Amar al que molesta. Amar sin medida, sin condiciones, sin necesidad de ser correspondidos.

Las normas son necesarias, pero solo tienen sentido cuando están al servicio de un amor que salva, que educa, que eleva. Un amor que no exige perfección, sino que acompaña el crecimiento.

Ojalá en cada claustro, en cada pasillo, en cada aula, se respire un ambiente en el que no reine el miedo a equivocarse, sino la libertad de amar y de aprender con misericordia.


Porque educar sin amor es formar autómatas. Y educar desde el amor es formar personas capaces de transformar el mundo.



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