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El reto de la didáctica

Con frecuencia se da por supuesto en los alumnos un conjunto de numerosos conocimientos estratégicos y procedimentales de los que en la práctica carecen. Por ejemplo: atender, leer comprensivamente, redactar, elaborar un resumen, comprender una lección.  En definitiva, pocas veces se les enseña a aprender. Con el actual sistema, se propicia el que sean los mismos alumnos quienes aprendan, de forma autodidacta, a pensar, a deducir, a memorizar, a comprender, a resumir. Dicho de otra manera: se pone el énfasis en los resultados y se olvidan, en buena medida, los procesos.





De momento, parece claro que la mayor parte de los alumnos que fracasan en el colegio año tras año sienten que la causa de ese fracaso es su falta de capacidad. Y eso es habitualmente falso. Conviene que los alumnos sean conscientes de que, normalmente, son muy capaces de superar con éxito el período de escolaridad obligatoria. Los fracasos suelen venir de la falta de esfuerzo o de la carencia de estrategias apropiadas de aprendizaje.



El reto pedagógico principal consiste en identificar los métodos didácticos que capaciten a todos los alumnos de una clase normal para conseguir los objetivos que se alcanzan con una enseñanza individual[1]. Para lograrlo es necesario cambiar el concepto de enseñanza, de manera que ésta no consista solamente en transmitir conocimientos, sino también en enseñar a los alumnos, de una forma seria y sistemática, a desarrollar estrategias de aprendizaje eficaces: aprender a aprender.

¿Qué se entiende por estrategias de aprendizaje?  Básicamente, son formas de aprender más y mejor con el mismo esfuerzo (Ortega decía que la técnica es el esfuerzo para ahorrar esfuerzo). Se trata de descubrir formas de estudiar y trabajar que eviten el fracaso y mejoren el rendimiento del alumno. Todo ese campo de conocimiento y de estudio científico es el que, en los últimos quince o veinte años, se suele englobar bajo el término metacognición.

Así pues, la metacognición es el conocimiento y regulación de nuestras propias cogniciones y nuestros procesos mentales: qué son, cómo se realizan, cuándo hay que usar cada una y qué factores alteran su funcionamiento. “Cognición” es cualquier operación mental: percepción, atención, memorización, lectura, escritura, comprensión...

En la literatura metacognitiva, cuando se habla de autorregulación se está haciendo referencia a la capacidad de aprender por uno mismo, a la autonomía que se pretende lograr con la enseñanza de estrategias. Palincsar y Brown (1984) afirman que los programas que incluyen instrucción metacognitiva sobre estrategias y sobre el modo de valorar su eficacia son los que ofrecen mayor garantía de provocar un cambio estable en la forma de trabajar de los alumnos. A la misma conclusión llegan Elliot-Faust y Pressley (1986), y McGuiness (1990) lo expresa así: “La mayor parte de los cursos que buscan desarrollar las capacidades de pensamiento se basan, en mayor o menor medida, en la potenciación de las habilidades metacognitivas”. Por lo tanto, parece claro que no se deben separar la enseñanza de estrategias y la actividad metacognitiva, si se pretende lograr cambios estables en las técnicas de estudio de los alumnos.

Según estas investigaciones, dedicar parte del tiempo de cada área o materia a la enseñanza de estrategias básicas de aprendizaje y de técnicas de trabajo intelectual resulta más rentable a medio y largo plazo. Porque, si esto se consigue, el alumno podrá estudiar más por sí mismo, aprenderá mejor lo esencial –comprendiendo más y memorizando “mecánicamente” menos–, sabrá usar lo que sabe y estará capacitado para exponerlo correctamente. Además, no se trata tanto de aumentar las horas que se dedican a impartir una determinada materia como de implantar un estilo de enseñanza cuyo objetivo principal es la madurez intelectual y personal en los alumnos.




[1]Bloom, Benjamin S.: The Search for Methods of Group Instruction as Effective as One-to-One Instruction. Educational Leardership, Mayo 1984.

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